domingo, 6 de marzo de 2016

EL MUNDO AL REVÉS.- “Qué cansadas estamos” (Para dramatizar).

 Aquel martes, Jaime llegó del colegio con su hermana María. Habían tenido una mañana muy movida y estaban un poco cansados, pero había que hacer muchas cosas antes de que llegaran sus padres.
Jaime se fue rápidamente a la cocina y se puso a pelar las patatas, para freírlas. Le dijo a María que le echara un vistazo a los cuartos de baño y a las habitaciones.
María le dijo: -Mira, Jaime, tampoco hay tanta prisa. Yo estoy muy cansada, y además ahora hay un programa muy interesante en la tele y no quiero perdérmelo. Ve tú haciendo la comida, que ahora yo te echo una mano.
 -No es justo María, la comida es para los cuatro y la casa también debemos ordenarla entre todos.
 - Bueno, pues yo no te voy a ayudar ahora. Lo siento. Dentro de un rato ya haré algo.
Jaime no tenía ganas de discutir, y tampoco tenía tiempo. Se metió rápidamente en la cocina porque sabía que si seguía discutiendo no tendría la comida lista cuando llegaran sus padres. Peló las patatas y mientras se freían, sacó la ropa que había en la lavadora y subió a tenderla a la terraza. Mientras tanto, María seguía viendo la televisión porque el programa que estaban emitiendo era muy interesante. Cuando volvía de tender la ropa, Jaime miró para la habitación de María y se dio cuenta que no había hecho su cama por la mañana, y que el cuarto estaba hecho un desastre. La de sus padres tampoco estaba hecha. Cuando llegarán ya les diría lo que pensaba.
-¡María! –dijo Jaime desde la escalera- sube a hacer tu cama por favor, y arregla tu habitación. ¡Está hecha una pocilga!
-¡Ya voy!- dijo María desde abajo- ya te he dicho que dentro de un rato subiré. Jaime se dirigió enfadado a la cocina. Las patatas estaban a punto de quemarse. Las sacó de la sartén, las puso en una fuente y las tapó para que no se enfriaran demasiado. Sus padres llegarían en unos momentos. Tenía el tiempo justo para hacer una ensalada y los filetes.
-¡María! – volvió a decir Jaime- ve haciendo la ensalada, que yo tengo que pasar los filetes, y papá y mamá están a punto de llegar.
 -¡Qué pesado eres! – dijo María que se había puesto a jugar a la video-consola- ¡Esas dos cosas se hacen en un momento! ¡No te hagas el mártir! ¡Te da tiempo de sobra para cuando lleguen! En esos momentos los padres de María abrieron la puerta y saludaron a su hija. Los dos traían caras de agotados. Ana, la madre de María, se dejó caer en el sofá como si no pudiera dar un paso más y le preguntó si no se acordaba que a esa hora ponían un programa en la tele sobre moda.
-¡Es verdad mamá!, ¡Se me había olvidado! Nos da tiempo de verlo juntas mientras papá y Jaime terminan de hacer la comida. Así podremos también descansar un poco. Yo estoy cansadísima, pero tú también tienes cara de no poder más.
- Sí, hija. ¡No sabes la mañana que he tenido! ¡Estaba deseando llegar a casa para poder tumbarme un poco en este sofá que parece que me resucita! Antonio, se quitó el abrigo y se dirigió a la cocina rápidamente para ver cómo iba la cuestión gastronómica.
-¿Qué tal, hijo? – saludó Antonio a Jaime- ¿Qué falta por aquí? ¿Te queda mucho? - Pues todavía estoy haciendo los filetes. Queda por hacer la ensalada. Mi hermana no ha querido ayudarme, y ya veo que mi madre se ha sentado con ella en cuanto ha llegado.
 - Bueno, no te preocupes, que yo la hago- dijo Antonio- En el fondo, es mejor que no nos ayuden, nosotros lo hacemos más rápido, y además… ¡para tenerlas todo el tiempo aquí protestando!...
 - Pero papá, es que mi hermana y mamá tienen mucho morro. Todos los días a la misma hora se ponen a ver ese programa de la tele, que les gusta. Les da igual lo quede por preparar en la cocina. Y además, todavía hay que hacer la cama de María y la vuestra, que también os habéis ido al trabajo hoy sin hacerla, y recoger los cuartos de baño. -Bueno, subo en un momento y hago las dos, no te preocupes. Y en cuanto baje, hago la ensalada, y les digo a ellas que vayan poniendo la mesa. Eso sí lo van a hacer. La van a poner y la van a quitar. ¡No te preocupes! Antonio subió, hizo su cama, la cama de María y recogió rápidamente los cuartos de baño. Cuando bajó, se dio cuenta que había bastante ropa sucia en el cesto y puso una lavadora de color. Pero todavía quedaba ropa para otra lavadora de prendas blancas. La pondría después de comer cuando recogiera la cocina y tendiera la que acababa de meter a lavar. Cuando acabara de hacer todo eso, se pondría a planchar porque si no lo hacía, la montaña de ropa podía llegar hasta el techo. ¡Ya llevaba dos días sin planchar y no podía dejar esa cuestión otro día más!
 Cuando la comida estuvo lista, Jaime dijo: -Mamá, María…¡dejad ya de ver la tele y empezad a poner la mesa, por favor!
 -Vaaaaaaaale, dijo su madre, ahora vamos.
-¡Qué pesados son! – dijo María- después dirán que no hacemos nada. Siempre nos toca a nosotras poner la mesa y quitarla. ¿De qué se quejarán? - Déjalos María. Ellos son así. Se quejan por todo. ¡Total, por cuatro patatas que fríen y dos trapos que recogen! María y su madre dejaron de ver su programa favorito y comenzaron a poner la mesa sin muchas ganas. Jaime y Antonio trajeron las patatas, los filetes, la ensalada… y se pusieron todos a comer. Mientras comían comentaron todas las incidencias de la jornada, y cuando terminaron.
 María y su madre se sentaron de nuevo en el sofá, pero Antonio dijo: -Pero bueno, ¿es que no pensáis quitar la mesa? , ya sabéis que eso os toca a vosotras. María y su madre se miraron, se levantaron, quitaron todo lo que había encima de la mesa a una velocidad de vértigo, y se sentaron rápidamente de nuevo en el sofá.
 -¡Vaya! – dijo Jaime- ni siquiera habéis limpiado el mantel. ¿Creéis que es suficiente con poner y quitar la mesa con esas prisas? - Pues sí – dijo María- ¿qué más quieres que hagamos? ¿Es que te cuesta tanto quitarlo a ti si ya no hay nada encima? Mientras ellas seguían sentadas, Jaime y Antonio recogieron la cocina, limpiaron el suelo, tendieron la ropa que ya estaba limpia y volvieron a poner otra lavadora. Antonio le dijo a Jaime: -Hijo, mientras yo voy planchando, tú ve doblando las toallas, los calcetines y los paños de cocina, para ir guardando todo en su sitio. Puede que no me dé tiempo de planchar todo lo que hay, pero al menos quitaré la mitad de la ropa.
Mamá dijo desde el sofá: - Antonio, no te olvides de plancharme el vestido verde, por favor, que quiero ponérmelo mañana. Ahora voy a echarme una siestecita mientras vosotros dos termináis.
 -Papá, y a mí me planchas la camiseta rosa, y el chaleco azul, que voy a salir dentro de un ratito, y me hacen falta – dijo María. Poco a poco, mientras Jaime doblaba toallas, calcetines, y paños de cocina, María fue sumiéndose en un dulce y profundo sueño en aquel sofá mullido y comodísimo. Se quedó dormida soñando con que el mundo estaba muy bien al revés.

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